domingo, 26 de abril de 2009

El bombardeo a Río Colorado en 1955. Primera parte.

El objetivo del bombardeo: las vías férreas, que podían permitir el desplazamiento de tropas leales al gobierno.


El Prof. Rubén Ángel Suárez nos acerca este documento. Es la crónica del bombardeo a Río Colorado por los aviones de la llamada revolución “libertadora” que derrocó al presidente Juan D. Perón en 1955. El relator, que recurre al seudónimo de “Conti” era Santos Malvino, propietario y editor del periódico indicado en la referencia.


Copia textual de la Portada del periódico LA REGION del 23 de septiembre de 1955, Año XXIIII, Nro. 2116.


Río Colorado escribió una página trágica en su historia


Tres días, largos días, de verdaderas angustias, vivió la población de Río Colorado a raíz de los acontecimientos ocurridos durante los días 17, 18 y 19 de septiembre de 1955, fechas que pasarán a la historia de nuestro pueblo.
Con prescindencia de toda ideología política, atributo del ciudadano, encaramos la crónica de estos acontecimientos ante que todo como argentinos y luego como vecinos de este pueblo.


La situación geográfica de Río Colorado, a pocos kilómetros de Bahía Blanca y a la vera de la línea férrea que desde Zapala, une al sur argentino con la citada ciudad. Dos puentes, uno férreo y el otro carretero, ambos sobre el río Colorado y que son los puentes de comunicación terrestre y sin los cuales quedaría nuestro pueblo aislado; la circunstancia de que una fuerza de ejército que procedía de Neuquén hubiera de detenerse forzosamente aquí, crearon esa angustiosa vía cruxis a que hacemos referencia.


Nunca ni pudimos sospechar que ocurrieran tan tremendos episodios.


Relatados cronológicamente los sucesos, éstos se iniciaron en el atardecer del 17 cuando un avión de guerra procedente del aeródromo Comandante Espora, luego de realizar diversos círculos en los alrededores del pueblo, dejó caer bombas sobre el puente ferroviario, cosa que supimos luego, como así que no había sido alcanzado por los impactos.


La población se sacudió de asombro y terror y en esos precisos momentos comenzó a vivir, si así puede decirse, una nueva vida.


El oscurecimiento de las calles, impuesto por las autoridades como oportuna medida de previsión, si bien cubrió con su manto piadoso a la población, que se recluyó en sus hogares, agudizó aún esa tan horrenda sensación que habíamos vivido.


Un terrible capítulo fue escrito por los acontecimientos del día 18, domingo, pues con las primeras luces del día apareció un enorme avión, el que luego de bombardear nuevamente el puente, otra vez sin alcanzarlo, se dirigió en vuelo bajo por sobre la población. Recién entonces nos informamos que en horas de la madrugada había entrado a la estación un tren con tropas procedentes de Neuquén y que se encontraba detenido. Algunos grupos de soldados que se diseminaban por el pueblo a toda prisa, nos dieron recién la sensación del gravísimo momento.


Nuestra redacción, nuestra casa, está ubicada a solo cien metros de la estación ferroviaria. De manera que sin querer o queriendo, cosa que aún no sabemos, hubimos de presenciar la dantesca escena. El avión descendió, disminuyó la velocidad y enfiló de este a oeste, diríamos que por la calle Eva Perón y cuando estaba por llegar a la de Rivadavia, vimos como se desprendían del aparato dos bombas que pesadamente cayeron en la Estación, a solo veinte metros del edificio del mismo y explotaron sobre la casa que ocupa, dentro del terreno de la empresa, el empleado Sr. Burguer y su familia, felizmente con sus ocupantes ausentes. La explosión fue realmente pavorosa, y justificamos este calificativo con la razón de que nunca habíamos escuchado explosiones de esa naturaleza y… a tan corta distancia. Una espesa nube de humo se levantó y aún no se había disipado, cuando el avión volvió a dar un círculo, volando siempre bajo y en la misma dirección y al llegar por Eva Perón a General Roca, vimos que se desprendían otras bombas y escuchamos la terrible explosión. Los impactos habían dado sobre el galpón de máquinas, que quedó completamente destrozado, salvándose milagrosamente el gran tanque de combustible que sirve de alimentación a las Diesel. Algunos vagones destrozados, chapas hundidas y vidrios hecho añicos y gruesas señales de la violencia de las esquirlas, estaban sobre los costados del tren que había conducido a esas tropas, felizmente vacío.


La fuerza de las explosiones hizo temblar los alrededores y produjo, muy especialmente en los frentes de los edificios de calle San Martín, desde General Roca a Hipólito Irigoyen, daños de gran consideración, reventando cortinas metálicas, desplazando y destrozando puertas, conmoviendo techos y haciendo pedazos la mayor parte de los grandes cristales de las vidrieras de las casas comerciales de ese radio.


Los más previsores, habían iniciado muy temprano un éxodo que, luego de esas cuatro bombas, se generalizó. En efecto, apresuradamente, con el espanto reflejado en los rostros de todos, porque en esos momentos no hay cobardes ni valientes, la población en masa abandonó sus hogares y se lanzó a las calles, desorientada, con niños en brazos, con enfermos que sacaban de sus lechos, sin saber hacia donde ir. En tanto, cuanto vehículo había en el pueblo se movilizó con la presteza de las circunstancias y se apresuró la evacuación del vecindario, parte del cual, formando largas caravanas, se alejaba a pie hacia las afueras del pueblo.
Fue la Colonia Juliá y Echarren el principal refugio de nuestros vecinos, ubicados en uno ú otro lugar, encontrando en todos ellos amable, generosa y cálida hospitalidad que es característica de los colonos.


Y desde allí vivimos los otros capítulos de ese excepcional momento, pues durante todo ese día de “fiesta”, pues que era domingo, los aviones realizan frecuentes visitas sobre el pueblo abandonado, realizando descargas de bombas, que agudizaban aún más la angustia, pues como era lógico, se ignoraba el objetivo de los disparos, que en su mayor parte perseguían la destrucción de las vías.


/Prosigue y concluye en el próximo post./

El bombardeo a Río Colorado, año 1955, 2da. parte


Avión Beetchcraft AT 11. Junto con los Catalina, fue una de las máquinas de que se disponía en la Base Aeronaval Comandante Espora (desde la cual se organizó el bombardeo) en 1955.



Continuamos y concluimos con el documento aportado por el Prof. Suárez. Los puntos suspensivos corresponden a lugares donde no se logra reconstruir el texto original.


Pasamos así un día realmente terrible y no lo fue menos gran parte del lunes 19, pues apenas llegada la luz del día, observóse la indeseada visita de tres aviones y pudieron apreciarse varias explosiones que provocaron la destrucción de unos vagones tanques que contenían petróleo, el cual se incendió y formó una larga espesa columna de humo, la que apreciada a la distancia y sin saberse la causa que la producía, creaba en la imaginación terribles supuestos. Otras de las bombas de ese día causó el destrozo y un principio de incendio en parte de las casas ubicadas en el ángulo sur de la Colonia ferroviaria; y otra de esas bombas cayó exactamente en la vereda sur de la Avenida San Martín, próxima al extremo este de la casa habitación del Jefe de la estación, por supuesto evacuada ya, destrozando por completo un jeep del ejército que estaba detenido en las proximidades. Estas tres bombas completaron el cuadro de desastre para los edificios comerciales de la Avenida San Martín, en el sector comprendido entre las calles Rivadavia e Hipólito Irigoyen, todo acusando serios destrozos, desde sus cortinas metálicas colgando en trozos, sus cristales destrozados, resentidos los techos, semi hundidos algunos, acusando peligrosas combas; puertas y ventanas desplazadas, y un pandemonium de cosas revueltas, de artículos entremezclados, maderas colgantes, etc, etc, todo lo cual acusa para la economía riocoloradense un sensible quebranto y una grave desorganización, pues deberá pasar un largo tiempo hasta que la normalidad estética y económica pueda restablecerse, para lo cual, sin duda han de contribuir los organismos oficiales competentes, que han de comprender que una población pacífica y trabajadora como Río Colorado sufra, diríamos que sin comerlo ni beberlo, semejantes consecuencias, tan grandes perjuicios materiales, aparte de la tremenda depresión moral luego de 3 días de angustias.


Los comunicados radiales de la tarde del lunes, anunciando la posibilidad de una reunión de jefes de los Comandos en lucha, trajeron una enorme sensación de alivio, pues a decir de verdad como parte afectada que éramos, la población en su totalidad, y eso puede afirmarse, se anhelaba por sobre todas las cosas que hubiera paz, y volviera la tranquilidad a su agitado espíritu. Porque una cosa es estar detrás de las radios escuchando lo que sucede en otras partes, y otra cosa es estar en una de esas partes, muriéndose de angustias, sintiéndose presa entre las invisibles garras del terror. Y cuando la radio anunció por parte de ambos bandos que se había llegado a un acuerdo para buscar un entendimiento, esa sensación de alivio a la que hacíamos referencia, se expresó por medio de esas cándidas palabras que escapan de la jaula del alma, y que son esos hondos suspiros que constituyen el mejor descanso para el fatigado espíritu.


Por lo demás, se supo que las fuerzas procedentes de Covunco y Neuquén, con el sentido práctico de las circunstancias, habían resuelto deponer su actitud de oposición al movimiento, para lo cual extendióse banderas blancas, señal que fue recogida por (……….) pasar una noche tranquila.


En las primeras horas del martes 20, se inició el retorno de la población a sus hogares, entregada en cuerpo y alma a la acordada tregua de 72 horas convenida entre los comandos.


Desde todos los hogares afluían los vehículos conduciendo cientos y cientos de personas que, no obstante la presencia de tres aviones sobre el pueblo, habían recobrado en parte la tranquilidad. Pero esa tranquilidad fue turbada en varias oportunidades, no por la presencia de los aviones, que luego de cumplir una misión de observación, se habían alejado, y esta vez para no retornar en todo ese día, sino por la invasión en el ambiente de los rumores mas disparatados, semilla fatal que fructificaba inmediatamente en el resentido espíritu, originándose otra vez, otra vez y otra vez, el intento de un nuevo éxodo, con disparadas precipitadas, correr de vehículos, gritos de alarma que flajelaban el alma de los que, sin saber qué ocurría, salían de las casas y no sabían que hacer para huir del supuesto peligro, del imaginario peligro. Solo cuando las tropas se alejaron del pueblo dirigiéndose, según informaron, hacia Neuquén renació la calma (…..).




Conti

Las siete bolillas del Club Social.


Foto: en la actual sede del Club Unión, funcionaba el Club Social. Ya no están los dos cipreses gigantescos en su jardín.


En ocasiones, los hábitos de las colectividades humanas se asemejan a las conductas de los animales gregarios. Así, la etología y no sólo la psicología social nos pueden servir como accesos y tablas de comparación para la construcción de una antropología de la política.

Esta idea nos viene cuando observamos las formas de reconocimiento entre los miembros de una élite humana. Suelen tener algo de perruno, o de algún otro animalito. La diferencia no es muy grande: los perros y otros animales se reconocen por medio de credenciales orgánicas. Digamos que un perro lleva el DNI en su mismísimo culo. La ventaja es que ningún otro perro puede usurpar su identidad.

Hay lugares donde se produce el olfateo, el reconocimiento de credenciales, el estudio de la documentación. En el caso de los perros, puede ser en el árbol de la calle; o cuando se cruzan, se olerán respectivamente hasta darse por conformes.

En un pueblo, el lugar de reconocimiento suelen ser los clubes. Clubes formales, con letrero y libro de actas, o informales, como un perdurable círculo de gente interrelacionada. Los hay para un sector social, y los hay para otro sector. Basta observar un poco para saber adónde podría ingresar uno, y dónde sería un sapo de otro pozo.

Algunos rasgos y hábitos practicados en un club son parte de esta identificación. Por ejemplo, la costumbre de jugar fuerte, por grandes importes de dinero, funciona como una barrera a la vez que como un timbre de distinción. No cualquiera podrá estar en ese club o en ese círculo selecto en el que la puesta mínima son quinientos pesos. He visto gente arruinada por este camino del juego “distinguido”. Es que si querés parecerte a los que se definen como los que “son alguien” en el pueblo, eso tiene un precio.

En la Argentina, el modelo de este lugar de reconocimiento de la élite ha sido el Jockey Club. Y recordemos que en la cúspide del Jockey hay un reducido grupo, integrado por pocos socios que se van designando entre sí, el Círculo de Armas. En él se ha dictado alguna vez el rumbo de los gobiernos nacionales.

En el caso de Bahía Blanca, un club distinguido es el Argentino, ubicado en pleno centro. Otro que también ha sido cuna de gobernantes es la Sportiva. Cuando algún intendente osado viene desde el exterior de los círculos y clubes, cualquier día se encuentra resbalado del sillón de Caronti.

En Río Colorado, hasta comienzos de la década de 1970, esa función la desempeñaba el Club Social. Tenía su cuerpo de asociados, sus sesiones de juego fuerte, sus bailes y fiestas. Ubicado en un lugar céntrico, se caracterizaba exteriormente por su bello jardín y sus enormes pinos. En ese local funciona ahora un club nuevo, Unión, sin relación con aquella entidad anterior.

El Club Social también tenía un grupo de cúspide similar al Círculo de Armas. Es que el modelo elitista se reproduce hasta en los detalles. Siete personas, los selectos de los selectos, decidían la aceptación o el rechazo de las solicitudes de asociación. Al modo de las logias, el procedimiento era mediante bolillas blancas o negras. Cada uno de los integrantes del círculo depositaba su bolilla en relación con determinado solicitante. Si todas resultaban ser blancas, el postulante era aceptado como socio. Pero ante la aparición de una primera bolilla negra, ya se daba por concluído el recuento, y rechazada la admisión. Debían pasar seis meses antes de que el candidato volviera a formularla.

Gregorio Litvak formuló su pedido de ingreso, y fue rechazado. Esperó seis meses, volvió a presentarse, y el resultado fue de nuevo negativo. Se preguntaba si el rechazo se debería a su condición de judío, o a las referencias sobre una presunta conducta liberal de su mujer… Vaya a saber. Lo cierto es que la fatídica bolilla negra reaparecía una y otra vez. Al fin, alguien, quizás con intención de promover un conflicto, le comentó que el motivo podía ser que Litvak no estaba debidamente casado con su pareja; en realidad, uno de ellos era separado de un matrimonio anterior. Pero el mismo informante le hizo saber que Fulano, que estaba en el grupo de los Siete, vivía también en una unión no oficializada…

Litvak no tuvo mejor idea que presentarse en el Club para hacer saber de viva voz su protesta. Cómo lo rechazaban a él, siendo que Fulano estaba en las mismas condiciones y ello no le impedía ocupar un escaño en el cónclave supremo del club.

Quien me hace este interesantísimo relato resume el final de la historia de modo muy escueto: “A Litvak lo sacaron de los fondillos del culo. Le dijeron que nunca más volviera a poner los pies en el Club.”
(Agradecemos el relato de E.E.)

sábado, 11 de abril de 2009

Qué cielo habrá para el Cholo Taboada.


Don Taboada no alcanzó a romper esta foto suya con Raúl Alfonsín.
(Cortesía de Roque Z. Taboada)



Más de uno de esos personajes a los que Arnaldo Taboada, el Cholo, les cantó cuatro verdades incómodas, ha accedido al cielo de la buena prensa, esa que consagra a los próceres convenientes para el mantenimiento del orden social. En cambio nuestro amigo anda por ahí, en algún limbo de semiolvido ya, donde no lo recuerda ni su propio partido, por el que tanto hizo. Le debíamos esta rememoración.

Don Arnaldo Eliodoro Taboada había nacido en General Levalle, una localidad por donde pasa el límite entre dos provincias: Catamarca y Santiago del Estero. Su nacimiento fue del lado catamarqueño; pero de niño lo llevaron para Córdoba. De modo que cuando lo escuchabas, aún sin ser muy catador de tonadas, te sonaba a cordobés.

Desde chico tuvo que salir a trabajar; casi no pudo ir a la escuela. Fue analfabeto hasta los 23 años, cuando por sí mismo y con poca ayuda, valiéndose de sus propias luces (que no eran pocas) aprendió a leer.

Ya mayor vivió en Lucio V. Mansilla, pequeña ciudad a unos 240 kilómetros al norte de la capital de Córdoba. Allí estaba su lugar de trabajo: las Salinas Grandes de Córdoba. Ese vasto manto blanco es parte de un enorme país de la sal, que se prolonga en Santiago del Estero con las Salinas de Ambargasta, y en Catamarca con las Salinas de San Bernardo.

Ahí en las salinas trabajó el Cholo desde joven. Y asumió un compromiso duradero en defensa de los trabajadores. Porque siempre se sintió ni más ni menos que eso: un trabajador.

Inició su vida política en el socialismo. Simpatizaba con Alfredo Palacios. En 1962 fue candidato a diputado por el Partido Socialista Argentino.

Un momento que él recordaba como decisivo en su existencia, fue el de la primera negociación de la naciente Unión Obrera Salinera Argentina con los patrones de la actividad. Don Arnaldo había sido uno de los fundadores de la UOSA, constituida un 8 de marzo.

En la negociación con la patronal, se enfrentó fuertemente con un abogado galerita: Víctor Martínez, que andando el tiempo sería vicepresidente de la Nación. Cuando alguien de la patronal quiso comprar a la directiva del gremio, la presión llegó a ser tan fuerte que Taboada renunció a su cargo de Secretario General. El gremio terminó aceptando un aumento del 10%, en lugar del 30% que ya estaba por alcanzar.

En su vida de compromiso con el gremio, así como se enfrentó con un conspicuo radical, hizo amistad con otro: un joven abogado que pretendía renovar su propio partido, y que durante los años de la dictadura se atrevió a defender perseguidos políticos. Se llamaba Raúl Alfonsín. Más de una vez se encontraron los dos y se sacaron fotos juntos, en tiempos de luchas políticas muy alejados de la campaña de 1983.

En algún momento de los 70, el Cholo decidió que su ideario social tenía más posibilidades de realizarse por la vía del radicalismo. Así pues, se afilió a este partido, en el que iba a permanecer.

Se vino para la provincia de La Pampa a trabajar en la cosecha de trigo. Y allí se enteró de que más al sur se podía trabajar en algo que él conocía bien: las salinas. Aquí se vino entonces. Con los años vendría su hijo Roque, y este logró un anhelo: reunir a toda la familia, en Río Colorado.

Los gestos de desprendimiento de don Arnaldo son memorables. Tuvo un campo de una legua en Córdoba; lo vendió cuando debió alejarse del hogar, para que sus hijos dispusieran del dinero de la venta. Como a su entender bastaba con la palabra, no documentó la deuda. Y nunca se la pagaron a su familia. En Río Colorado puso alguna vez el nombre y la firma para ayudar a algún trámite en beneficio de una institución. Cuando alguien se olvidó de rendir cuentas, le embargaron la casa al Cholo. Quienes lo conocimos y tratamos, no lo escuchamos aludir jamás a estas situaciones. Vivía en un desprendimiento franciscano, sin otro lujo que su casi eterno ponchito. Sólo pudo viajar a Salta, Jujuy, Bolivia, cuando ya jubilado su hijo mayor lo ayudó y casi lo obligó a disfrutar un poco.

Lo conocimos como radical/laburante consecuente y sin arrugas. Brindaba su nombre para toda iniciativa o lista que coincidiera con sus principios de renovación y compromiso social. Por lo general quedaba en algún remoto lugar de suplente en esas listas. Y cada día recorría las calles como un Sócrates con tonadita, conversando con todo el que se le pusiera a mano, enterándose de las inquietudes del pueblo. Eso sí, estaba eternamente enfrentado a los que tenían alma de señores, a los que no entendían la situación de los que trabajan duramente para vivir, a los que negociaban ciertos principios irrenunciables. Así como era capaz de dar todo por una causa y por sus compañeros, también era claro y directo en sus críticas y objeciones cuando olfateaba un negocio poco claro. Se exaltaba y decía dos o tres frases tajantes, que destapaban aquello que alguien pretendía disimular. En esas ocasiones la tonada cordobesa se marcaba mucho más que habitualmente.

“Don Taboada” murió en su casa y en su cama, el 11 de noviembre de 1994. Su hijo Roque tiene familia y taller en Río Colorado; es padre de dos chicas y un varón. Él me ha brindado estos datos y la foto que acompaña este artículo. Me aclara: “El viejo tenía muchas fotos con Alfonsín, pero apenas pudimos salvar esta. Las rompió cuando Alfonsín firmó el Pacto de Olivos.”

Esta actitud de don Taboada me recuerda una definición del infatigable Benito Juárez, en una carta a Matías Romero: "Que el enemigo nos venza o nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar el atentado, entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza. Dejemos siquiera vivo nuestro derecho, para que las generaciones que nos sucedan lo recobren."

Así pensaba y obraba también Arnaldo Taboada.

Y no tendrá un cielo en la tele o en los diarios; pero se merece otro mejor, en nuestra memoria.