domingo, 20 de febrero de 2011

Combates simbólicos. A raíz de croissants vs. vigilantes



Croisants vs. vigilantes, berlinesas vs. bolas de fraile, Schoenstatt vs. Candelaria

“La ilusión es la prenda del combate” … Por cierto el imperio global combate por el dominio sobre fuerzas y recursos materiales; y para lograrlo, combate por el dominio sobre los pueblos que los poseían. Las sociedades y las clases imperantes en el mundo, sin acepción de nación, religión o idioma, necesitan perentoriamente incrementar esa disposición, para mantenerse y prosperar a costa del equilibrio social y ambiental.

Pero se combate por apropiarse de los símbolos que hacen perdurable al dominio; los símbolos se posesionan de nosotros interiormente y con eficacia indiscutida, a menudo vírgenes del acceso del discurso. Una de nuestras defensas frente a ese imperio esparcido consiste en criticar y apropiarnos los órdenes simbólicos.

Incidente en un riñón de la cultura argentina

La galería Pacífico es un centro iconográfico e institucional de casi obligada mención para la cultura argentina. Está ubicada en pleno centro urbano del pleno centro de poder material, comunicacional y político de nuestro país. Calle Florida, ciudad de Buenos Aires. Allí funciona el Centro Cultural Borges, allí por estos días se puede observar una muestra con dibujos de León Ferrari. En el centro visual, un deslumbrante móvil de Julio le Parc. Una reconocida academia de tango, otra de danzas clásicas, actividades permanentes de literatura y artes visuales, tienen su sede en la Galería, embellecida y ennoblecida desde 1946 por los murales de Juan Carlos Castagnino, Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Demetrio Urruchúa y Antonio Colmeiro.
Paisanos en la capital, nos deslumbramos ante la acumulación. Al igual que el excedente apropiado en tantas otras actividades, aquí se percibe la acumulación de los productos de la sensibilidad y la creatividad en un centro de redistribución de flujos materiales – y de los otros.
Pero como no todo es espíritu, en algún momento alguien sintió hambre, hambre material. Nos detuvimos entonces en un resto-bar.

Mi compañera asesoraba a su hija, que miraba con entendibles ganas unas facturas de confitería. Como esta no sabía el nombre de esos frutos de masa, le´informó: “Se llaman vigilantes”. Cuando la chica preguntó por el precio de estos, el vendedor nos corrigió. “Croissants”. Mi mujer me dijo por lo bajo, en tono de sublevación: “Cómo… se llaman vigilantes!” Me sorprendió al principio, pero pronto le di toda la razón. “Claro que son vigilantes!”

Se trataba de comer, de modo que me resistí a la tentación de discutir para defender la palabra vigilantes, temiendo nos tuviéramos que marchar con la tropa hambrienta.

De todos modos, me quedé pensando en las palabras que evidentemente están en pugna.

“Croissant” significa “creciente”, debido a la forma de media luna que tiene la masa. Se atribuye la invención del croissant al panadero y oficial artillero retirado Arthur Zang, en su panadería de París, a fines de 1839.

En realidad, las ilustraciones y la materialidad de los croissants remiten a otra masa local, los llamados “cuernitos”; los cuernos de la luna. Pero en fin, estos son amasados con grasa y no con manteca, como aquellos. Pero lo cierto es que los presuntos croissants de la galería Pacífico no tenían forma de medialuna ni de cuernitos. Eran más semejantes a la forma de un bastón grueso y retorcido. En fin, de un vigilante.

Los gloriosos panaderos

Los nombres de las facturas proceden de una honrosa tradición de lucha social. El gremio de panaderos conjugó la actividad local con una vocación universal. La defensa de los trabadores era entendida como un capítulo de la Revolución. Fue fundado en 1887 con el nombre de Sociedad Cosmopolita de Resistencia por Ettore Mattei y sus compañero; nunca mejor aplicado el término, si ser compañero es compartir el pan. Con ellos compartió días, afanes e ideas el gran revolucionario Enrico Malatesta, cuando vivió en la Argentina entre los años 1885 y 1889.

Los panaderos fueron una referencia obligada en el movimiento ácrata en nuestro país. Mi profesor de Filosofía, Francisco Maffei, me contaba que los jóvenes trabajadores y universitarios ácratas, al terminar alguna noche de pegatina de volantes por Sacco y Vanzetti, repostaban en las panaderías. A las cinco de la mañana, tomaban un mate cocido caliente, convidado por los compañeros panaderos junto con vigilantes, bolas de fraile, cañoncitos. Ellos habían bautizado las masas con nombres que, por la vía de lo irónico, condensaban una crítica al sistema dominante. Sacramentos, suspiros de monja o bien bolas de fraile, cañoncitos y bombas, vigilantes: el clero, los militares y la policía eran puestos en solfa. Sexo bajo las sotanas, cañones no siempre dispuestos a disparar (o según contra quién), bastones de pura rudeza.

Desnombrar, deshistorizar, despolitizar

¿Por qué esta sustitución de nombres? ¿Por qué se prefiere comer berlinesas antes que suspiros de monja, pedir croissants en vez de vigilantes o cuernitos, evitando así las menciones que reflejan un conflicto social?

No hace falta suponer en este caso una conspiración de la CIA inspirada por algún think tank de semiólogos. Bastará con tener presente la histórica adoración de las clases medias hacia la oligarquía. Una oligarquía que siempre, para mantener la distancia simbólica con la peonada que éramos este pueblo, prefirió los vocablos franceses.

El prurito de distinción real y simbólica de las clases medias, su deseo de alejarse del morocho pobrerío para arrimarse a la oligarquía y ser reclutados por el sistema neocolonial, opera como un mecanismo que ya no necesita intervenciones directas, sean intelectuales o de fuerza material. La industria cultural en manos de empresas y cadenas transnacionales, genera el marco para que esa apetencia de distinción encuentre símbolos a los que adherirse, sustituyendo las referencias a nuestra historia popular. No de otro modo se han sustituido las vírgenes de la religiosidad popular.

Desnombrar es así deshistorizar; la deshistorización conduce a la desmemoria; y la desmemoria es buena aliada de la despolitización y del quietismo social. Tan lejos lleva la supresión de las referencias, los mojones de la memoria colectiva. http://elhumusdelahistoria.blogspot.com/

Schoenstatt vs. Candelaria

No de otro modo… una camada de nuevos cultos viene desplazando, desde los años 60 del siglo pasado, los cultos populares por santos y devociones más presentables. Hemos descripto este proceso de sustitución en perjuicio de la Candelaria, devoción que está en el cimiento de la historia mágica argentina, y en la que se contiene nuestros componentes orgiásticos y un legado cultural afroamericano. http://elavesimurgh.blogspot.com/search/label/Candelaria

Los festivales de la Candelaria han dejado de celebrarse, merced al desánimo impuesto por la jerarquía eclesiástica. La porfía de distinción de los sectores medios apoyó la ofensiva, volcándose hacia cultos más presentables en sociedad. Típica de este proceso ha sido la devoción a la Virgen de Schoenstatt. Nacido su culto convenientemente en la Alemania imperial, importado convenientemente a su primera base en Florencio Varela, a la sazón (años 40) un centro del nazismo en Argentina, la nueva advocación satisface de mejor manera este anhelo clasista de distinción. Comprensible preferencia: como devoto de esta virgen, uno viene a integrar una minoría tan selecta como la que representa la fracción 1 / 6775 (relación entre los fieles recontados quizás con mucho optimismo, y la población mundial). El jet set de la religión mundial, distante de las harapientas masas hinduistas, budistas… o del catolicismo popular en América, de la Virgen de Urkupiña, la de Luján, la de Sumampa o la del Valle de Catamarca.

Releo lo que anoté en torno al cuarteto desnombramiento – desmemoria – deshistorización – despolitización. Insértese en esta alianza la sustitución simbólica, momento clave del proceso de la dominación. Y pongámonos a recuperar los nombres con que veníamos nombrando, nombres que a la vez nos nombran .


Febrero 20 de 2011