Foto: en la actual sede del Club Unión, funcionaba el Club Social. Ya no están los dos cipreses gigantescos en su jardín.
En ocasiones, los hábitos de las colectividades humanas se asemejan a las conductas de los animales gregarios. Así, la etología y no sólo la psicología social nos pueden servir como accesos y tablas de comparación para la construcción de una antropología de la política.
Esta idea nos viene cuando observamos las formas de reconocimiento entre los miembros de una élite humana. Suelen tener algo de perruno, o de algún otro animalito. La diferencia no es muy grande: los perros y otros animales se reconocen por medio de credenciales orgánicas. Digamos que un perro lleva el DNI en su mismísimo culo. La ventaja es que ningún otro perro puede usurpar su identidad.
Hay lugares donde se produce el olfateo, el reconocimiento de credenciales, el estudio de la documentación. En el caso de los perros, puede ser en el árbol de la calle; o cuando se cruzan, se olerán respectivamente hasta darse por conformes.
En un pueblo, el lugar de reconocimiento suelen ser los clubes. Clubes formales, con letrero y libro de actas, o informales, como un perdurable círculo de gente interrelacionada. Los hay para un sector social, y los hay para otro sector. Basta observar un poco para saber adónde podría ingresar uno, y dónde sería un sapo de otro pozo.
Algunos rasgos y hábitos practicados en un club son parte de esta identificación. Por ejemplo, la costumbre de jugar fuerte, por grandes importes de dinero, funciona como una barrera a la vez que como un timbre de distinción. No cualquiera podrá estar en ese club o en ese círculo selecto en el que la puesta mínima son quinientos pesos. He visto gente arruinada por este camino del juego “distinguido”. Es que si querés parecerte a los que se definen como los que “son alguien” en el pueblo, eso tiene un precio.
En la Argentina, el modelo de este lugar de reconocimiento de la élite ha sido el Jockey Club. Y recordemos que en la cúspide del Jockey hay un reducido grupo, integrado por pocos socios que se van designando entre sí, el Círculo de Armas. En él se ha dictado alguna vez el rumbo de los gobiernos nacionales.
En el caso de Bahía Blanca, un club distinguido es el Argentino, ubicado en pleno centro. Otro que también ha sido cuna de gobernantes es la Sportiva. Cuando algún intendente osado viene desde el exterior de los círculos y clubes, cualquier día se encuentra resbalado del sillón de Caronti.
En Río Colorado, hasta comienzos de la década de 1970, esa función la desempeñaba el Club Social. Tenía su cuerpo de asociados, sus sesiones de juego fuerte, sus bailes y fiestas. Ubicado en un lugar céntrico, se caracterizaba exteriormente por su bello jardín y sus enormes pinos. En ese local funciona ahora un club nuevo, Unión, sin relación con aquella entidad anterior.
El Club Social también tenía un grupo de cúspide similar al Círculo de Armas. Es que el modelo elitista se reproduce hasta en los detalles. Siete personas, los selectos de los selectos, decidían la aceptación o el rechazo de las solicitudes de asociación. Al modo de las logias, el procedimiento era mediante bolillas blancas o negras. Cada uno de los integrantes del círculo depositaba su bolilla en relación con determinado solicitante. Si todas resultaban ser blancas, el postulante era aceptado como socio. Pero ante la aparición de una primera bolilla negra, ya se daba por concluído el recuento, y rechazada la admisión. Debían pasar seis meses antes de que el candidato volviera a formularla.
Gregorio Litvak formuló su pedido de ingreso, y fue rechazado. Esperó seis meses, volvió a presentarse, y el resultado fue de nuevo negativo. Se preguntaba si el rechazo se debería a su condición de judío, o a las referencias sobre una presunta conducta liberal de su mujer… Vaya a saber. Lo cierto es que la fatídica bolilla negra reaparecía una y otra vez. Al fin, alguien, quizás con intención de promover un conflicto, le comentó que el motivo podía ser que Litvak no estaba debidamente casado con su pareja; en realidad, uno de ellos era separado de un matrimonio anterior. Pero el mismo informante le hizo saber que Fulano, que estaba en el grupo de los Siete, vivía también en una unión no oficializada…
Litvak no tuvo mejor idea que presentarse en el Club para hacer saber de viva voz su protesta. Cómo lo rechazaban a él, siendo que Fulano estaba en las mismas condiciones y ello no le impedía ocupar un escaño en el cónclave supremo del club.
Quien me hace este interesantísimo relato resume el final de la historia de modo muy escueto: “A Litvak lo sacaron de los fondillos del culo. Le dijeron que nunca más volviera a poner los pies en el Club.”
Esta idea nos viene cuando observamos las formas de reconocimiento entre los miembros de una élite humana. Suelen tener algo de perruno, o de algún otro animalito. La diferencia no es muy grande: los perros y otros animales se reconocen por medio de credenciales orgánicas. Digamos que un perro lleva el DNI en su mismísimo culo. La ventaja es que ningún otro perro puede usurpar su identidad.
Hay lugares donde se produce el olfateo, el reconocimiento de credenciales, el estudio de la documentación. En el caso de los perros, puede ser en el árbol de la calle; o cuando se cruzan, se olerán respectivamente hasta darse por conformes.
En un pueblo, el lugar de reconocimiento suelen ser los clubes. Clubes formales, con letrero y libro de actas, o informales, como un perdurable círculo de gente interrelacionada. Los hay para un sector social, y los hay para otro sector. Basta observar un poco para saber adónde podría ingresar uno, y dónde sería un sapo de otro pozo.
Algunos rasgos y hábitos practicados en un club son parte de esta identificación. Por ejemplo, la costumbre de jugar fuerte, por grandes importes de dinero, funciona como una barrera a la vez que como un timbre de distinción. No cualquiera podrá estar en ese club o en ese círculo selecto en el que la puesta mínima son quinientos pesos. He visto gente arruinada por este camino del juego “distinguido”. Es que si querés parecerte a los que se definen como los que “son alguien” en el pueblo, eso tiene un precio.
En la Argentina, el modelo de este lugar de reconocimiento de la élite ha sido el Jockey Club. Y recordemos que en la cúspide del Jockey hay un reducido grupo, integrado por pocos socios que se van designando entre sí, el Círculo de Armas. En él se ha dictado alguna vez el rumbo de los gobiernos nacionales.
En el caso de Bahía Blanca, un club distinguido es el Argentino, ubicado en pleno centro. Otro que también ha sido cuna de gobernantes es la Sportiva. Cuando algún intendente osado viene desde el exterior de los círculos y clubes, cualquier día se encuentra resbalado del sillón de Caronti.
En Río Colorado, hasta comienzos de la década de 1970, esa función la desempeñaba el Club Social. Tenía su cuerpo de asociados, sus sesiones de juego fuerte, sus bailes y fiestas. Ubicado en un lugar céntrico, se caracterizaba exteriormente por su bello jardín y sus enormes pinos. En ese local funciona ahora un club nuevo, Unión, sin relación con aquella entidad anterior.
El Club Social también tenía un grupo de cúspide similar al Círculo de Armas. Es que el modelo elitista se reproduce hasta en los detalles. Siete personas, los selectos de los selectos, decidían la aceptación o el rechazo de las solicitudes de asociación. Al modo de las logias, el procedimiento era mediante bolillas blancas o negras. Cada uno de los integrantes del círculo depositaba su bolilla en relación con determinado solicitante. Si todas resultaban ser blancas, el postulante era aceptado como socio. Pero ante la aparición de una primera bolilla negra, ya se daba por concluído el recuento, y rechazada la admisión. Debían pasar seis meses antes de que el candidato volviera a formularla.
Gregorio Litvak formuló su pedido de ingreso, y fue rechazado. Esperó seis meses, volvió a presentarse, y el resultado fue de nuevo negativo. Se preguntaba si el rechazo se debería a su condición de judío, o a las referencias sobre una presunta conducta liberal de su mujer… Vaya a saber. Lo cierto es que la fatídica bolilla negra reaparecía una y otra vez. Al fin, alguien, quizás con intención de promover un conflicto, le comentó que el motivo podía ser que Litvak no estaba debidamente casado con su pareja; en realidad, uno de ellos era separado de un matrimonio anterior. Pero el mismo informante le hizo saber que Fulano, que estaba en el grupo de los Siete, vivía también en una unión no oficializada…
Litvak no tuvo mejor idea que presentarse en el Club para hacer saber de viva voz su protesta. Cómo lo rechazaban a él, siendo que Fulano estaba en las mismas condiciones y ello no le impedía ocupar un escaño en el cónclave supremo del club.
Quien me hace este interesantísimo relato resume el final de la historia de modo muy escueto: “A Litvak lo sacaron de los fondillos del culo. Le dijeron que nunca más volviera a poner los pies en el Club.”
(Agradecemos el relato de E.E.)
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