miércoles, 28 de enero de 2009

El Wool Movie. La esquila y las comparsas.


"Latas" de esquila. A diferencia de la moneda interna de los latifundios, estas latas eran parte de un proceso de distribución de importantes ingresos que beneficiaba a pequeños empresarios y trabajadores.


WOOL MOVIE – LOS TIEMPOS DE LA ESQUILA

Todos los años, entre setiembre y octubre, unas mil personas salían de Río Colorado; recién volverían a fines de enero o aún mediados de febrero.

Esto sucedió desde comienzos del siglo XX, se acentuó en las décadas de 1940 a 1970, y casi se extinguió en los 90, cuando la política cambiaria llamada del “uno a uno” (Menen – Cavallo) afectó a la rentabilidad de las estancias laneras.

Pero hasta entonces, se llevaba a cabo todas las primaveras y veranos esta especie de road movie que brindaría argumento para más de una película. Esto se sigue haciendo aún hoy, sólo que con menor cantidad de personas involucradas; actualmente serán unas 400. Lo llamamos el Wool-movie de Río Colorado.

Un empresario, un encargado, una cuadrilla

Había (y hay) en cada caso un empresario, el contratista de esquila. Este es quien acuerda con los propietarios de campos de cría de ovinos a lo largo de toda una ruta que comienza en “la Provincia” (es decir, la de Buenos Aires) o en La Pampa, y sigue hasta el sur de Santa Cruz, ya pegando contra el Estrecho. Apenas se termina el trabajo en una estancia, se marcha hacia otra, las máquinas en camiones y la gente en algún colectivo del empresario.

El empresario es dueño de una o más máquinas esquiladoras. Si tiene varias, pone a cargo de cada una de ellas un encargado, que estará al frente de una cuadrilla. El encargado recibía el 50% de la ganancia obtenida por su máquina.

La cuadrilla está integrada por personas con distintas ocupaciones, de las que hay un ordenamiento jerárquico. El esquilador y el mecánico ocupan la cúspide de la jerarquía, inferiores sólo al encargado. Por debajo siguen el levantador, el agarrador… haciendo estas tareas se inicia el que después llegará a ser esquilador. Y, oh inquietante presencia, el cocinero, que a veces deleita a la cuadrilla y otras veces la hace padecer con sus cochuras. A veces han tenido que cambiar tres veces de cocinero en una sola campaña.

De los tanos a los criollos. Por qué Río Colorado fue capital de esquiladores.

Me cuentan los contratistas que la esquila comenzó siendo hecha por italianos, trabajadores golondrina que venían para ese fin y luego regresaban a Italia. Después sucedió que en nuestra zona se inició la explotación del ovino. Y entonces hubo bastantes personas que aprendieron, en sus propios campos o conchabados, a esquilar. Y así se dio que Río Colorado fue un activo centro de esta actividad. La ubicación de este pueblo en un cruce de rutas favoreció el desarrollo de ella.

En carros y a caballo, o luego en camioncitos o camiones y en colectivos, se llevaba todo el equipamiento necesario para esquilar, y para la subsistencia de la gente. Menaje de cocina, colchones y frazadas, pilchas de toda índole; y la máquina de esquilar, y repuestos para la máquina, y tijeras y peines… Los vehículos y la gente, con abigarrado aspecto, componían la comparsa que iría de campo en campo. (“Comparsa” de cum + pars, es decir, los que toman parte conjuntamente en algo).



Me cuentan que en Río Colorado el primer contratista de esquila fue don Ramón Peralta, que introdujo la innovación de incorporar tres camioncitos Ford T. Una osadía para la época (años 1930). Otros destacados contratistas han sido don Claro Lucero, don Manuel Barrionuevo, don Pedro Sosa. Hoy por hoy, uno que se destaca es Jorge Klein. Y aunque jubilado, lo tenemos a don Heber Farías, que nos ha transmitido la mayoría de estos datos. Pocho Lahetjuzan también sale todos los años con su cuadrilla. Y mencionemos a Alberto Puzchini, inventor y constructor de prensas y otras maquinarias afamadas en el sur.

Datos numéricos. Las latas.

Algunos datos más, quizás para el asombro. Hay estancias donde unos 150.000 ovinos esperan a los esquiladores. Los van trayendo por majadas desde el campo. Cada esquilador puede (es el registro más alto) trabajar hasta unas 320 ovejas por jornada. Actualmente vienen esquiladores de Corrientes. Entre Ríos, y hasta algún oriental. El récord de tiempo por oveja está entre el minuto y los 58 segundos.

Cuando el hombre ha terminado de esquilar una oveja, el playero le deposita en un recipiente que está a su espalda, una “lata” – es una especie de monedita hecha en latón. Y lo toca en el hombro. El esquilador siente el toque y escucha el sonido de la lata, que le asegura que le ha sido registrada esa oveja en su cuenta. No tiene tiempo de volverse o de ponerse a controlar; de modo que esas señales sonora y táctil le permiten computar sus registros.

Cuando al contratista o al encargado le escasean las latas, porque ya la mayoría han sido entregadas a los esquiladores, esperan al fin de una jornada y les entregan a estos unos vales (por cien ovinos, o los que fueren) a cambio de las latas que han acopiado. En la foto les presentamos algunas latas, entre las que hay casi obras de arte. Pudimos fotografiarlas en la colección de Raúl Figueroa, a quien le agradecemos la gauchada.

En las cuadrillas solía haber problemas de convivencia, como es dable esperar de un grupo que tiene que compartir lugares y tareas durante tres meses. A veces hubo cuchilladas, y el encargado tuvo que esmerarse para zanjar una situación conflictiva. Me dicen que actualmente está establecido que no se lleva vino en la campaña, y desde entonces prácticamente ha desaparecido este tipo de problemas.

Importante y poco conocida actividad

No dispongo de cifras para informar cuánto dinero mueve la esquila en nuestros días. Pero imagino que tan sólo el importe que cobran los 400 trabajadores involucrados ha de ser bastante importante. Agreguen todo lo que perciben los talleres que reparan máquinas y automotores, los negocios que venden elementos de toda índole a los contratistas… y verán que es una actividad importante para nuestra región. Tan importante como escasamente conocida.

Después de conversar con esta gente, me quedé con ganas de ir a ver algún día cómo es esto de la esquila.




Ramón.


Río Colorado, enero de 2009.

martes, 13 de enero de 2009

Historia de una moneda. Latifundios y atraso.




HISTORIA DE UNA MONEDA
LATIFUNDIOS Y ATRASO REGIONAL

La moneda privada


En la imagen podemos ver una moneda privada de 50 centavos, semejante a las nacionales, estampada para su uso en las tierras de los Duhau. Parte de estas tierras formaron la propiedad latifundista conocida como “Viñedo Nazar Anchorena” o simplemente “El Viñedo” (estación ferroviaria Coronel Eugenio del Busto), aguas arriba del pueblo de Río Colorado.

El latifundio Duhau


Candelaria Foullerac de Duhau compró en 1895 estas 80.000 hectáreas (32 leguas cuadras), a menos de un peso la hectárea, al Capitán de Fragata Carlos María Moyano. Al igual que algunos otros oficiales, Moyano había obtenido esas y otras superficies como “premio” del gobierno nacional, por haber participado en la ocupación militar de la Patagonia. Se las habían adjudicado en Santa Cruz; claro que las tierras en aquellas latitudes no valían lo mismo que sobre las costas del Colorado. Entonces Moyano, que era personaje influyente, pidió y logró un beneficioso canje por esta última ubicación. En cuanto a doña Candelaria, ya era propietaria de importante cantidad de tierras en la provincia de Buenos Aires.

La enorme propiedad de los Duhau en esta zona rodeaba los nacientes poblados de entonces. Había pobladores aquí ya en 1865 (más de una década antes de la ocupación militar). Para la época de la compra por la viuda de Duhau, ya existían Buena Parada y Melicurá (este último poblado, en la orilla pampeana). Y pronto comenzarían a establecerse negocios y casas en el actual Río Colorado.

Los enormes dominios de los Duhau se fueron fragmentando debido a su adquisición parcial por integrantes de una pequeña burguesía agropecuaria y comerciante local. Estos acumularon capitales mediante el comercio de mercaderías y frutos del país, realizando trabajos de alambrado de campos, o como contratistas de esquila, y pasaron a ser dueños de tierras. Así se fue fraccionando la gran propiedad.

De todos modos los herederos de este latifundio, primero los Duhau y más tarde los Nazar Anchorena, fueron un factor de retraso para la economía regional. En 1921 un grupo de vecinos y propietarios creó una Sociedad Anónima para instalar el regadío en este valle. Invitaron a Enrique Duhau, dueño de las tierras mencionadas, a ser parte y beneficiario del proyecto. Pero él se negó a participar, y ni siquiera permitió que el canal pasara por ellas, aún a cambio del pago de una servidumbre. De resultas de su negativa, el sistema de riego se vio afectado en su totalidad: no pudo instalarse una toma lo bastante aguas arriba como para lograr una buena pendiente; eso se podría haber hecho sólo en tierras de Duhau. Posiblemente Duhau apostaba a impedir de este modo el desarrollo de cultivos bajo riego en otras áreas, que podían competir con su pequeño imperio.

Gente de cuidado


Pero qué gente esta. Hijo de Candelaria fue Luis Antonio Duhau, Ministro de Agricultura del gobierno oligárquico y fraudulento de Agustín P. Justo. Cuando se destapó un negocio sucio con la exportación de carnes, en el que estaban complicados el propio ministro y los frigoríficos ingleses, apareció un pistolero a sueldo en el Senado, y durante la sesión mató de un tiro a Enzo Bordabehere, compañero de bancada de quien estaba denunciando la trapisonda, Lisandro de la Torre. El disparo tenía por destinatario a de la Torre; y era un secreto a voces que el asesino fue contratado por Duhau o por alguien que obró en su representación. La familia estaba emparentada con otras de la oligarquía (Avellaneda, Santamarina, Villanueva, Lacroze…)

Apogeo del Viñedo


Durante un tiempo las tierras del Viñedo Nazar Anchorena (apellido de una rama de herederos de los Duhau) fueron un emporio agroindustrial. Allí se producían espárragos enlatados, vinos finos a partir de cepas traídas de Francia, contenidos en enormes toneles de roble europeo, y distintas hortalizas en conserva. Pero cuando fue necesario reinvertir, los dueños prefirieron el vaciamiento de esta empresa. Con ello consiguieron beneficios impositivos de gobiernos nacionales que a menudo los atendían con preferencia. Por ejemplo, bajo el régimen dictatorial de 1976 – 1983, los Nazar Anchorena podían contar con el apoyo de su amigo el brigadier Rubens Graffigna, jefe de la Fuerza Aérea. En esa última etapa, esta gran propiedad funcionó de nuevo como tapón para un proyecto de desarrollo local: impidió facilitar el riego de una amplia franja que habría mejorado las posibilidades de la ganadería local. La expropiación que desbloqueó este obstáculo se pudo realizar tan sólo cuando asumió el primer gobierno constitucional provincial rionegrino (de Osvaldo Álvarez Guerrero). Antes, cuando no imperaba el estado de derecho, suponía todo un riesgo pedir la expropiación de ese latifundio improductivo, como se atrevieron a hacerlo algunos vecinos.

Durante el apogeo de la explotación del Viñedo (décadas de 1930 a 1960), circulaba la moneda propia con la que se pagaba a sus casi doscientos trabajadores, y que éstos debían utilizar en la misma proveeduría de los patrones. Se ejercía un fuerte control sobre los obreros agrícolas, que vivían de modo casi permanente en el latifundio. Allí había una iglesia a la que traían de vez en cuando un cura, estaba la mansión de los propietarios, a la que traían de vez en cuando cocottes francesas para sus fiestas privadas; y funcionaban una usina, un aserradero, una planta de envasado, otra de enlatado y una bodega. La propia política empresaria de los latifundistas, a quienes les convino fundir este emporio y desguazar las instalaciones, malvendiendo maquinarias y herramientas, y la complicidad de los gobiernos autoritarios, hicieron que esta propiedad no sirviera para el desarrollo local o regional. Antes bien, como ya señalamos, fue un obstáculo para ese desarrollo.

Un fantasma propio


Como parte del sistema de control, los patrones manejaban hasta un fantasma propio: se hablaba de misteriosos ruidos en una de las casas abandonadas que habían estado destinadas a los colonos; se rumoreaba que tenía la forma de un perrazo oscuro. Era un fantasma muy conveniente, porque nadie se acercaba al lugar por donde se sacaban clandestinamente maquinarias y herramientas en los días del vaciamiento de la empresa. La leyenda recuerda a otras que sirvieron al mismo fin de amedrentamiento, como el “familiar” con el que se aterrorizaba a los trabajadores de las fincas latifundistas del norte argentino, y al que se le atribuía la misteriosa desaparición de algún peón díscolo de tanto en tanto.

La moneda privada (vales o chapitas marcadas) se utilizó también en las salinas de Anzoátegui y en otras grandes propiedades de la región. Este sistema de pagos fue prohibido por el gobierno peronista de 1946 – 1955, pero volvió después, bajo formas algo disimuladas.

Para pensarlo


Esta historia de una moneda invita a pensar dos veces cuando se pretende entusiasmar a la gente con la promesa de un “gran inversor” que vendrá a poner en producción las tierras. Por motivos sociales y económicos, y a la vista de esta experiencia, preferimos un país con muchos propietarios de pequeña escala. En otro lugar hemos planteado la disyuntiva, y votamos por las aves, no por los dinosaurios.

(Moneda cortesía de la colección de Raúl Figueroa. Relato basado en testimonios orales de obreros del Viñedo y vecinos de Río Colorado.)